Quise hipnotizarla pero no me salió
A sus 40 años Kylie sigue siendo una mujer bellísima.
Lo sé porque después de todos estos años mantenemos contacto por Facebook.
La conocí hace trece años, yo tenía 33 y ella 26 o 27 más o menos.
Delgada, pelo largo, ondulado, rubio, un rostro fino y delicado.
Se dedicaba a la estética y yo hacía masajes en la cabina que estaba al lado de la suya en el Independence of the Seas, que en ese momento era el crucero más grande del Royal Caribbean.
Yo estaba loco por ella.
Quería hipnotizarla.
Quería seducirla y enamorarla.
Quería que le gustara como ella me gustaba a mí.
Pero no.
Eso no ocurrió.
Le gustaba un poquito, y le caía bien, si no hubiera sido así, me habría mandado al cuerno.
Reconozco que fui pesado más de una vez.
Al principio el cortejo fue sutil, alguna mirada, alguna indirecta.
Pero después empecé descaradamente a pedirle un beso.
“Buenos días Kylie, dame un beso”.
Así de descarado, no es broma.
Total que para sacarme de encima, alguna que otra vez me dejó darle un pequeñito beso en la boca.
Recuerdo que un día, puede que por pena o por el remordimiento de rechazarme una y otra vez, me lo dio ella, pero nunca pasamos a más.
Después de ese infructuoso intento de enamorarla me cambiaron de barco y allí conocí a Marisa.
Estaba en la isla Saint Marteen en el Caribe, descansando en la playa con el otro masajista varón del spa.
En eso veo una chica guapísima a unos metros de nosotros.
Llamaba la atención porque era exótica (más tarde me enteré que era hija de padre tailandés y madre mexicana), guapa, y llevaba un diminuto bikini que acentuaba sus cualidades femeninas.
“¿Has visto esa tía? - le dije a Calin, mi colega rumano.
“Pues sí, y trabaja con nosotros en el barco, es la dj” - respondió.
Como a mí no me gustaban las discotecas y además trabajaba demasiado y prefería dormir a salir de fiesta, era lógico que no la conociera.
A todo esto la chica se levanta, recoge sus cosas y camina en lo que parecía ser dirección nuestra.
“Qué bien” - pensé yo - “la voy a poder ver de cerca”.
Pues resulta que no iba a pasar cerca de nosotros, ¡vino hacia nosotros!
Y no solo eso, al llegar donde estábamos, me mira directamente a los ojos y me pregunta: “¡Tú eres César?”.
Ella me conocía porque para entonces yo tenía una excelente reputación como masajista, y aunque yo no salía de fiesta, mis colegas sí lo hacían, y al hacerse amigos de ella le hablaron de ese raro masajista ermitaño con buenas habilidades como terapeuta, y eso le atraía.
Marisa fue muy dulce conmigo y tuvimos una relación breve pero intensa, hasta que terminó su contrato y tuvo que volver a casa.
Ahora bien, tanto Kylie como Marisa y la mente subconsciente tienen algo en común.
Si desea ser hipnotizada o enamorada, lo hace, y si no, no, nadie puede obligarla.
Algunas veces la gente me dice “la hipnosis me da respeto / miedo, no quiero dejar que alguien manipule mi mente”.
Lo cierto es que de la misma manera que no te pueden forzar a enamorarte o sentirte atraída por alguien, nadie puede hipnotizarte si tú no quieres.
La hipnosis es un vehículo que te puede llevar a muchas partes, pero nadie puede hacerte subir a empujones.
La hipnosis resuelve los conflictos internos que te frenan para que finalmente puedas llegar a donde quieras, sin bloqueos.
Si quieres que te ayude a derribar los tuyos, me dedico a la hipnosis clínica, y puedes ver cómo es mi trabajo haciendo click aquí: